"El nadador"

Desirée Arocas.



Eran las nueve de la mañana de un lunes soleado de junio. Joaquín preparaba su mochila con los últimos libros del trimestre. En una semana finalizarían las clases y podría disfrutar de las ansiadas vacaciones. Esta vez iban a ser especiales, ya que tenía programado un campamento y un viaje con sus padres. Era un niño inquieto, a la vez muy inteligente y curioso.
La jornada transcurrió entre clases, almuerzos, recreos y juegos, muchos juegos. Al caer la tarde regresó a casa, pero enseguida sus amigos del barrio lo llamaron para salir a la calle. A la madre de Joaquín no le gustaba que anduviese solo, pero en junio las tardes se hacen eternas para un niño de ocho años y le dejo bajar, advirtiéndole antes de que tuviese cuidado con los coches, los desconocidos y cualquiera de esos peligros que una madre ve y ante los que un hijo parece estar ciego.
Lo que no sabía aquella mujer, es que en ocasiones el destino nos depara sorpresas que ni siquiera una madre puede controlar.
Joaquín se fue con sus amigos a un descampado, de los pocos que quedaban en su barrio, un descampado con un gran transformador de la luz que lucía un gran cartel que prohibía el paso a su recinto. Pero con ocho años ninguna advertencia frena a un niño al que se le ha escapado la pelota y, justamente, ha entrado en el interior de dicho recinto.
Joaquín saltó y sufrió una terrible descarga eléctrica.
Al despertar en el hospital, no recordaba nada de lo sucedido. Percibió la mirada triste de sus padres y la ausencia de algo muy importante…, sus antebrazos y su pierna derecha. En un primer instante sintió sorpresa, luego miedo y, finalmente, entendió que su vida había cambiado para siempre.
Joaquín tuvo que enfrentarse a su nueva realidad. Se acabó el correr, el balón, salir a jugar a la calle…, todo lo que hasta entonces había conocido. En él había algo que no se había acabado: su honor y su valentía. Nada ni nadie le iba a hacer sentir inferior. En definitiva, lo único que había cambiado era su condición física. Sólo era cuestión de entender que debía adaptarse a su nueva vida, no renunciar a vivir. ¿Acaso nuestra existencia no es una constante de cambios a los que debemos adaptarnos constantemente?
Descubrió que el medio físico en el que más disfrutaba era el agua. Se bañaba todos los días en la piscina, ya que el agua le permitía moverse con libertad y soltura. Convirtió un medio de vida en su vida: ganó competiciones locales de natación, después nacionales y, al final, mundiales. Se convirtió en el mejor nadador de la historia en su especialidad.
Al conseguir notoriedad, las firmas de deporte, industrias farmacéuticas, empresas especializadas en prótesis y centros de investigación se interesaron por él. Joaquín se convirtió en el centro de sus estudios, querían investigar prótesis nuevas que pudiesen mejorar su calidad de vida y sus rendimientos deportivos. Joaquín se pasaba las semanas encerrado en hospitales donde le probaban diferentes artilugios que, en teoría, debían facilitarle los movimientos. Una prótesis para la pierna, con flexibilidad; una prótesis para los brazos, con unas pinzas metálicas que le permitían coger objetos; la posibilidad de futuros injertos…
Le probaron todo tipo de artilugios que se adaptaban a su organismo. Joaquín no decía nada, ya que entendía que esto podía ser beneficioso para su pasión; la natación.
Pero la vida volvió a ponerle a prueba: la Federación de Natación le comunicó que no podía competir con prótesis de ningún tipo, ya que le beneficiaban ante sus rivales. Joaquín se tuvo que enfrentar a una decisión. A él las prótesis no le gustaban, porque se veía como una especie de robot que estaba siempre bajo las órdenes de otro ser superior, la ciencia. Es decir, que su vida era la que tenía, sin brazos ni pierna, y había aprendido a vivir sin esos elementos. No necesitaba las prótesis ni otros materiales que le hicieran parecer algo que no era. Estaba impedido, sí, pero hasta entonces había hecho lo que deseaba sin necesidad de ayuda.
Entendió que su dignidad no se medía en poder andar mejor o en coger algo con las manos. Su dignidad se medía en poder alcanzar objetivos, en esforzarse por ser cada día mejor, en ser una persona completa en el sentido más importante, el moral. De hecho, se había encontrado con muchas personas que, aún siendo completas físicamente, tienen enormes vacíos éticos.

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