"¿En dónde está la virtud?"

Marta Cabañero.


Sentados en sus hamacas, parecía imposible que Aristóteles y Nicómaco estuvieran desentrañando los misterios de la realidad. Aunque Artífice, su esclava, no comprendía casi nunca nada de lo que decían, se deleitaba con la sabiduría y las enseñanzas que el padre inculcaba a su hijo.

- El objetivo de esta vida es alcanzar la felicidad, hijo. En esto precisamente consiste la ética. ¿Y cómo podemos conseguirlo? –le preguntó Aristóteles.


-No lo sé, padre –respondió Nicómaco.
 

Estaban tratando sobre la moral, lo que a Artífice le apasionaba. Era una de las pocas cosas que entendía prácticamente en su totalidad e, incluso, le entraban ganas de intervenir para hacerles preguntas. Pero sabía que la curiosidad no estaba permitida a las de su condición.
 

-Comencemos a indagar, pues. ¿Cómo considerarías a una persona que se muestra miedosa y apocada ante cualquier situación de riesgo? –lanzó Aristóteles al aire.
 

Artífice conocía perfectamente la respuesta. La palabra <<cobarde>> le martilleaba los oídos, y tuvo que hacer grandes esfuerzos por morderse la lengua. Se concentró en seguir abanicando a ambos filósofos acompasadamente.
 

-Si es alguien, por ejemplo, que huye en una discusión, entonces es un “cobarde” –contestó Nicómaco, ufano.
 

-Cierto hijo. Y por ende, consideraríamos que esta persona no es feliz, puesto que, como bien sabemos, no usa la facultad racional que poseemos los hombres –declaró el maestro-. Ahora bien, ¿y cómo llamaríamos a una persona cuyo actuar viene determinado por la ausencia total de temor y su incapacidad para evaluar el peligro?
 

Esta respuesta también la conocía: <<temerario>>, se repitió a sí misma.
 

-Es sin duda, un temerario.
 

-Exacto, hijo mío. Pero ser temerario puede también impedirnos alcanzar la felicidad. Podemos, haciendo gala de una excesiva confianza en nosotros mismos, vernos en situaciones en las que correríamos un peligro innecesario, ¿no es así?
 

-Sí, padre –respondió Nicómaco, desconcertado.
 

-Así pues, ¿dónde radica la felicidad? ¿Dónde se encuentra la virtud? ¿Cómo debe obrar el hombre prudente?
 

Pasaron uno, dos, tres minutos. Ni padre ni hijo respondieron.
 

Artífice pensaba y debatía en su interior. Había seguido el hilo de la reflexión. Justo en ese momento dio con la respuesta. Y no pudo reprimirse.
 

-Siento ser tan indiscreta, maestro, pero creo conocer la respuesta –murmuró temerosa.
 

Aristóteles la miró como si fuera la primera vez que reparaba en ella. La sorpresa cruzó su cara, hasta desembocar en una sonrisa cómplice. Conocía el efecto que sus reflexiones ejercían sobre los estudiantes: una vez descubrían la conclusión a la que quería llegar, ninguno podía mantenerse callado. Ni siquiera una esclava.
 

-Adelante –dijo el sabio.
 

-El equilibrio que buscamos -comenzó Artífice-, se encuentra a medio camino entre ambos extremos. Lo que se trata es de encontrar el “término medio” entre el exceso y el defecto, para que no seamos ingenuos, ni tampoco puramente instintivos.
 

Todo el parque se quedó en silencio. Hasta los pájaros dejaron de piar para escuchar con atención la explicación de la joven. La tensión se palpaba en el aire. El asombro de Aristóteles era más que evidente.
 

-Impresionante; ni el mejor de mis alumnos lo habría explicado así de bien. ¿Cómo te llamas, joven esclava?
 

-Artífice, señor.

-Encantado Artífice. A partir de mañana, vendrás a mi escuela todos los días. Parece que tienes talento, y eso es algo que no se puede desperdiciar. Muy al contrario, trabajarás hasta convencerme de que tus comentarios no han sido fruto del azar. Si consigues superar mis cuestionarios, obtendrás como premio tu libertad y podrás continuar instruyéndote a nuestro lado, si así lo deseas –sonrió Aristóteles.
 

Artífice no sabía si devolverle la sonrisa o romper a llorar de emoción. Su sueño se acababa de desvelar en unos minutos. ¿Y cómo? Pues sin ser indiferente a la explicación ni tampoco mostrarse vanidosa al conocer las respuestas. Es decir, haciendo uso de la primera enseñanza aprendida: el término medio.

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