"Rencor"

Fernando Vílchez.


Gabriel no se decidía a salir al rellano. Había visto las escaleras, parecidas a las de su edificio, desde las que bajó a la calle a recoger el cuerpo frío de su hija.

<<Debería volver a casa>>, pensó. Pero inmediatamente se arrepintió de la idea. No quería, cada vez que salía a la calle, que se le volviera a repetir la imagen de Claudia tirada en la carretera.
 

Dejó el paraguas en el ascensor. Se lo había regalado Olivia, su mujer. El año que siguió a la muerte de Claudia fue muy duro para ambos. Olivia no soportaba aquel rencor hacia el asesino de su hija. Decía que tenían que seguir adelante. Pero él no podía superarlo. Aún recordaba la última frase que le dedicó a su esposa:

-¡Vete! !Yo me quedaré con el recuerdo de nuestra hija mientras tú nos abandonas.
 

-Estás loco.
 

Y le soltó una bofetada.

Le había costado averiguar dónde vivía Martín Alcázar, pero no tanto como comprar una pistola en el mercado negro. En cuanto cumpliera su uso, desaparecería en el fondo del río.
 

Recordó los movimientos que le había enseñado Adrián, un ejecutivo aficionado a las artes marciales.
 

Gabriel estaba convencido de que investigarían más la muerte de Martín Alcázar que la de su hija, atropellada por aquel borracho. El juez dijo que el alcohol era un atenuante para su condena. Sólo había permanecido ocho meses en la cárcel.

Finalmente, llamó al timbre.


Tras unos segundos de espera, la puerta se entornó.


-¿Sí?...
 

Era la voz de Alcázar, no cabía duda. La recordaba desde el juicio.
 

Gabriel embistió la puerta

-Pero, qué... -Martín Alcázar cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con un mueble.
 

-¡Asesino!...- Gabriel sacó la pistola y le apuntó a la cabeza.
 

-Por favor... -comenzó a llorar. Lagrimas que, seguro, no derramó cuando mató a Claudia-. Fue un accidente. Ella se me echó encima...

-Mataste a mi hija.
 

-No hay un sólo día que no me despierte asustado por la imagen de Claudia. !Ya no he vuelto a beber! Por favor... -su voz se fue debilitando.

-Mataste a mi hija. -Le apretó la pistola contra la frente-. Y yo te mataré a ti.


-¿Papá?


Gabriel apuntó al lugar de donde provenía la voz.
 

!Papá! -gritó una niña.
 

-¿Claudia?... -dejó escapar entre los labios.
 

-Hija -gritó Martín Alcázar-. Vete de aquí.

Sin embargo, Claudia corrió hacia su padre. Gabriel no podía reprimir las lagrimas. Claudia estaba viva...
 

-!Claudia!... -Fue a abrazarla, pero la niña pasó de largo y se lanzó a los brazos de Martín Alcázar.
 

Entonces reparó en que aquella niña no era Claudia sino la hija de su asesino.

Gabriel los vio abrazados, llorando, esperando a que él los ejecutara. Pero Martín Alcázar ya no era un vil asesino sino un padre de familia asustado.
 

Avergonzado, echó a correr por las escaleras y salió del edificio. Igual que cuando encontró a su hijita muerta. Pero, para su sorpresa, fue la primera vez en dos años en que no vio a Claudia tirada en la carretera. Entonces, se arrodilló en el suelo y comenzó a llorar.
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