"Que nadie duerma"

Rafael Contreras.



Lucio sudaba frío.
Envuelto en aquel traje de etiqueta y tras el telón del escenario, se aclaró la garganta por enésima vez, sintiéndola cálida y dispuesta a la tarea que le esperaba: interpretar el Nessum Dorma.
Cuando comenzó a ir a clases de canto por sugerencia de sus padres, jamás pensó que llegaría a interpretar en público, sino que se lo tomó más como un pasatiempo para desconectar de los estudios. Pero la profesora que le asignaron, consciente del potencial del adolescente, decidió programarle una actuación. Y no en un sitio cualquiera sino en el propio colegio de Lucio, delante de todo el alumnado.
Ahora, cinco meses más tarde, se iba a encontrar delante de casi mil personas, en su mayoría conocidas, que verían y juzgarían el trabajo y esfuerzo realizado. Eso sin contar las risas y burlas que seguirían a aquella noche. Sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos de su mente. Debía concentrarse.
Antes de darse cuenta, habían pronunciado su nombre. Los pies lo guiaron hacia el entablado. Miró a la audiencia, oscurecida debido al efecto de los focos. Sin embargo, alcanzó a distinguir rostros familiares, aburridos, expectantes y, simplemente, indiferentes.
El silencio se adueñó de la sala y, de repente, su mente se despejó.
Comenzó con las primeras notas, repitiendo el nombre de la canción, aquella melodía italiana que conocía tan bien, controlando en todo momento el aire de sus pulmones y regulando el tono que imprimía.
La canción discurrió como la seda, hasta que llegó el Do de pecho. La parte más difícil, aquella con la que incluso Pavarotti, el mejor tenor de todos los tiempos, había tenido problemas. Pero Lucio no se amedrentó; inspiró hondo y entonó, entonó, hasta que sintió su garganta tensarse y los pulmones le parecieron estallar a causa de la presión.

Y lo consiguió.
Alcanzó el tono y el tiempo, alargando la palabra “vincero”, (que significa “venceré”) que marcaba el final de la pieza.
Una salva de aplausos sacudió el salón de actos. Lucio sólo pensaba una cosa: había conseguido interpretar Nessum Dorma sin vacilación alguna.
Y esa, sin lugar a dudas, era la mayor victoria de todas.

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